ASMA
Y OBESIDAD- OBESIDAD Y ASMA
El asma es
una enfermedad crónica del sistema respiratorio que
provoca que las vías respiratorias se hinchen y se estrechen, causando
dificultad en la respiración, tos, opresión en el pecho y sibilancias entre
otros síntomas. Aunque las causas exactas del asma se desconocen, hay
identificados numerosos estímulos desencadenantes endógenos (genéticos) y
exógenos (contaminación, ejercicio, dieta, etc.). Asimismo, cada vez hay más
información en torno a su comorbilidad, la cual
en ciertos casos por su frecuencia y particularidad, se podría sugerir como un
fenotipo diferenciado. En ese sentido es conveniente hablar del fenotipo
asma-obesidad, una correlación cada vez más común y que debemos
tener bien presente.
Actualmente la
obesidad y el asma representan dos problemas de salud mundial,
siendo dos de los trastornos crónicos más frecuentes. El hecho que sus
prevalencias hayan aumentado de manera notable en las últimas décadas, ha
llevado a plantear que ambas entidades pudiesen estar relacionadas. Si
consideramos la existencia de estudios que demuestran que la obesidad precede y
predice el desarrollo del asma, que a mayor grado de obesidad aumenta la
gravedad del asma, que la pérdida de peso mejora los síntomas del asma y que la
obesidad coexiste con fenotipos temporales de asma, podemos finalmente
considerar que la relación entre obesidad y asma pudiese ser causal.
A
día de hoy, los mecanismos implicados en la asociación entre asma y obesidad
aún se están estudiando. Ejemplo de ello es que aún no está claro si la
aparición del asma precede al incremento del Índice de Masa Corporal
(IMC) o viceversa. Se han identificado factores
moduladores comunes entre ambas entidades: aspectos genéticos, desencadenantes
conductuales (actividad física y dieta) o comorbilidades tales como reflujo
gastroesofágico, apnea del sueño, alteraciones metabólicas o la depresión. En
ese sentido, hace tiempo que se estudia la relación IMC – ASMA,
llegando en muchos casos a la conclusión que una alimentación sana y variada
demuestra una disminución del desarrollo del asma.
Teniendo
en cuenta que no hay cura para el asma y que el objetivo principal del
tratamiento es lograr y mantener el control de la enfermedad, todo indica que
un fenotipo asma-obesidad pudiera tener un impacto clínico negativo a la hora
de controlar la sintomatología. Efectivamente, en diferentes estudios se
confirma una mayor severidad de las manifestaciones y de su curso
evolutivo; además, se reporta una disminución
de la calidad de vida y un mayor consumo de fármacos.
Expertos destacan que uno de cada
cuatro niños obesos tiene asma
La
respuesta al tratamiento es otro apartado a considerar. Los
obesos asmáticos presentan una clara diferencia en la respuesta terapéutica y
un mayor riesgo de ser hospitalizados. Afortunadamente los
clínicos disponen de diversas alternativas terapéuticas para tratar el asma,
siendo los corticosteroides (inhalados y orales) , agonistas adrenérgicos β2
(de acción corta y prolongada) y los modificadores de los leucotrienos, los
fármacos más comunes en la práctica clínica. Por otro lado, los
efectos de una reducción de peso, tanto quirúrgico como no
quirúrgico, son beneficiosos para la evolución de la patología
asmática. Se ha demostrado incluso que pérdidas modestas de
peso de entre el 5-10% pueden mejorar el control del asma, objetivándose una
mejoría de la función pulmonar, de los síntomas, de la calidad de vida y una
menor necesidad de fármacos para su control.
Por
último, es importante resaltar este ejemplo como modelo en el cual la
colaboración activa del paciente con el médico y con la patología
(empoderamiento progresivo del paciente) es vital para el cambio del curso de
la enfermedad y su control. Por eso, una vida saludable y evitar factores
desencadenantes será determinante para el control de la enfermedad.
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